Opinión: La otra picaresca.

Hay una tradición oculta en este país que alaba y ensalza la erudición, la ironía, el sarcasmo y la sátira como vehículo intelectual excelso y de alto nivel. Tradición que ensalza a los clásicos del siglo de oro, que engrandece el papel de la picaresca en sus obras, cuando realmente éstas eran críticas profundas a la realidad social de su tiempo y no precisamente ejemplos a seguir. La misma tradición que ha contribuido a estereotipar el papel del pícaro, del intelectual y del artista como personajes de este nuestro patio patrio o patrio patio, pues cualquiera de ambas permutas es válida. Esta exaltación ha creado una imagen socialmente aceptada como valor ético representativo de lo español, imagen que ha contribuido al uso de la doble intención como moneda de cambio…a la utilización de una doble moral bajo la que se esconde todo tipo de maquinaciones…

En nuestra Spain (mi querida España, esta España nuestra… como decía la cantante Cecilia), el patio, los vecinos, los seguidores, los aduladores, los fieles…y un sinfín de acólitos que lo pueblan, suelen ir de la mano. Nos encantan las corralas y los patios de vecinas. Somos tributarios “del corre ve y dile, las comidillas, los cotilleos y los chismes”. Y la cuestión es que en muchas ocasiones hacemos alarde de ello, no hay más que echar un vistazo a nuestras programaciones televisivas.

Cuando alguien es espabilado solemos expresarnos diciendo “es más listo que el hambre”, haciendo una clara alusión a que el hambre espabila. Hemos asimilado mentalmente el papel del pícaro como un valor nacional y parece que lo vemos como parte de nuestra idiosincrasia. Luego vienen las corruptelas, los ladronicios… las quejas, los lamentos, y una ristra de situaciones como las de los pimientos rojos que se ensartan para secar en el verano.

Se ha institucionalizado el hablar con desconsideración al prójimo, con falta de afecto, con doble intención, con ironía y con sarcasmo. El cariño y el respeto brillan por su ausencia. Parece que hemos sublimado tanto la importancia de los objetos, que no hay más objetivo “que tener, que poseer”, lo que sea y de la manera que sea. La posesión y lo material ocupa tanto lugar que nos impide ver, que nos impide respirar…

Creer que “yo tengo la razón” y tratar de imponerla a los demás a través de los actos o las ideas, es una de las primeras manifestaciones de identificación con ese tener y poseer. Es uno de los pilares de las ansias de poder, de la manipulación del prójimo para conseguir lo propio y lo ajeno. Como en una nueva cruzada, las acciones son enfocadas desde un proselitismo feroz y se suceden para perpetuar esa tradición/razón que se considera “justa y verdadera”, como si la verdad fuese patrimonio de alguien. Así este culto a la apariencia, a la máscara, al proselitismo, a la erudición, fortalece una corriente de energía mecánica que es en sí autodestructiva, entre otras cosas por su ausencia de creatividad.

Después continúan nuestras quejas, nuestros lamentos y quebrantos por tantos casos de corrupción a nuestro alrededor… Y no somos conscientes que toda esa situación patria la hemos atraído nosotros mismos con nuestra manera pícara de actuar y de pensar.